El pasado 31 de marzo, la comunidad del mundo de la arquitectura se lamentaba al unísono por la muerte de Zaha Hadid. Procedente de la corriente del deconstructivismo y conocida como “La Reina de la Curva”, el trabajo de la arquitecta anglo-iraquí no dejó indiferente a nadie y, sin duda, rompió barreras; es por esto que nos parece necesario rendirle tributo intentando entender el verdadero alcance de la huella que ha dejado.
Esta impronta de la que hablamos se adivina a primera vista si tenemos en cuenta algunos de los premios que ha logrado: fue la primera mujer en ganar el Premio Pritzker de Arquitectura en 2004, recibió el Mies van der Rohe en 2003 y, recientemente, la Medalla de Oro del RIBA. Pero hace falta mirar más de cerca para conseguir apreciar la verdadera lucha que Zaha Hadid libró a lo largo de su vida, debido a su origen iraquíy a su condición de mujer, y que tuvo y tendrá una inmensa repercusión en el ámbito de la arquitectura; y es que, durante muchos años fue apodada la “arquitecta del papel” por haber ganado multitud de concursos gracias a proyectos que no llegaban a construirse.
Siempre fue una figura no exenta de polémica, quizá porque tuvo que construir su camino a base de tenacidad y un carácter beligerante. No obstante, los premios mencionados con anterioridad demuestran que, pasado el tiempo, la comunidad arquitectónica no pudo seguir haciendo la vista gorda ante su talento.
En sus dibujos iniciales, como en este ‘The World: 89 Degrees’ de 1989, Zaha Hadid apuntaba maneras en una época en la que aún no se había democratizado el software de diseño; en concreto, éste es una composición en la que se muestran todos sus proyectos hasta la fecha.
Hace ya más de una década en una visita a la fábrica de Vitra, el guía nos contaba una anécdota sobre Zaha y su ambición que trataremos de parafrasear: «Zaha se presentó a Willi Fehlbaum, fundador de Vitra, y le contó la historia de su vida complicada, y que necesitaba una oportunidad para demostrar de lo que era capaz. Conmovido, el señor Fehlbaum, le pidió que diseñara una silla; ella le dijo que no, que ella quería hacer un edificio». De aquel encuentro nació el encargo de la Vitra Fire Station.
Convencida de que la arquitectura es un arte trascendental, una de las frases que mejor definen su obra es «Hay 360º, ¿por qué quedarme con un solo ángulo?»; sus edificios de líneas sinuosas, curvas con tintes futuristas y puntos de luz inesperados pasarán a la historia tanto como su lucha.
Vitra Fire Station, una composición diseñada a base de planos de hormigón que conectan el paisaje y la arquitectura a través de fuerzas dinámicas, fue el primero de sus proyectos destacables y con el que la crítica comenzó a hablar de ella.
El centro cultural Heydar-Aliyev, que expresa los limites técnicos del diseño tridimensional y cuyo color blanco es símbolo de la independencia de Bakú, resulta un complejo de edificios inmaterial de tipo escultural que esconde, tras la forma fluida, todo un ejercicio de ingeniería.
En cuanto al Museo Messner Mountain, Zaha Hadid planteó una estructura enterrada en Los Alpes que emerge sólo en ciertos puntos para que los visitantes puedan, de alguna manera, “explorar” la montaña.
Zaha Hadid siguió fiel a sus líneas orgánicas en las cuatro estaciones y el puente que se proyectaron para Nordpark Cable Railway. Pioneras en la utilización del vidrio de doble curvatura, cada una se asemeja a “un arroyo congelado en la ladera de la montaña”.
Entre quienes celebran su obra, el legado de Zaha Hadid ocupará un espacio importante en la comunidad arquitectónica y seguirá inspirando a muchos.
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