Ya adelantábamos en un artículo anterior la situación actual de las construcciones del s. XX en relación con el patrimonio arquitectónico y en lo que se refiere al rescate del mismo. Hablábamos del desconocimiento de la importancia de estas obras que muchas veces acaban con una sentencia de demolición ya que, al parecer, se imponen en la mayoría de las ocasiones criterios de temporalidad en lugar de evaluar su singularidad o su capacidad para convertirse en iconos del espacio que ocupan. Si cabe, esta brecha entre edificio o conjunto arquitectónico y el hecho de que sea reconocido como patrimonio histórico, se hace todavía más amplia cuando se trata de una obra cuya estética es controvertida. Esto es lo que ocurre hoy en día con el brutalismo.
El movimiento del brutalismo
Antes de continuar con esta problemática queremos aclarar a qué características básicas responde el brutalismo. Se trata de un movimiento arquitectónico cuyo apogeo tuvo lugar entre los años 1950 y 1970 y que fue inspirado por las obras de Eero Saarinen y del gran Le Corbusier; de hecho, el término proviene del francés béton brut y fue utilizado por este último para denominar a su material fetiche, el hormigón crudo; pese a que el vocablo en sí fue acuñado por el crítico arquitectónico inglés, Reyner Banham. La expresión de los materiales en bruto, sobre todo, el hormigón, y el hecho de valorar la estética de los elementos constructivos y estructuras, es el santo y seña del estilo que nos ocupa.
A pesar de que hoy en día es un estilo muchas veces denostado, cuando surgió en Gran Bretaña tenía tintes casi revolucionarios, ya que estaba vinculado a arquitectos jóvenes que pretendían construir una utopía socialista tras la Segunda Guerra Mundial plantando cara al modernismo burgués y a la arquitectura aprobada por el estado británico. Una utopía que pretendía mejorar las vidas de las personas a través de la arquitectura y el urbanismo.
Precisamente en Gran Bretaña es donde se encuentran algunos de los ejemplos más significativos del brutalismo de la época. Ideado por Chamberlin, Powell and Bon, el Barbican State es un complejo de viviendas construido en un lugar bombardeado; aunque es de estética brutalista, fue catalogado como edificio protegido por considerarse poco agresivo con el entorno, puesto que respeta las edificaciones religiosas de su alrededor y se considera que está ligado a la historia del lugar.
Alison y Peter Smithson fueron los encargados de diseñar Robin Hood Gardens incorporando el concepto de “calles en el cielo”, es decir, corredores anchos en los pisos más altos para que todas las personas del edificio puedan socializar; además, una zona ajardinada sirve de espacio de recreo. El complejo consta de dos grandes y alargados bloques construidos en hormigón divididos en 213 pisos que están a punto de ser demolidos.
El también ubicado en Londres, National Theatre fue diseñado por Denys Lasdum y está considerado como uno de los ejemplos icónicos de la arquitectura brutalista, en lo que se refiere a edificios públicos. Se sitúa sobre el Támesis y cumple con la idea de su autor que concebía la arquitectura como parte del paisaje urbano. Se compone de dos torres que se entrecruzan con las terrazas horizontales construidas mediante capas horizontales.
En Japón destaca, sin lugar a dudas, la obra de Kenzo Tange, arquitecto que fue el máximo artífice de la transformación de Tokio tras la Segunda Guerra Mundial. En sus edificios se mezclan la estética tradicional nipona y el funcionalismo occidental; así ocurre con el Estadio Nacional de Yoyogi, sede de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, en la que el aire volátil y sencillo de un templo antiguo está presente gracias a los techos apoyados sobre pilares.
El brutalismo en España
A nivel nacional, Miguel Fisac fue uno de los máximos exponentes de esta tendencia. Su uso del hormigón y de las formas geométricas es más que característico. Por ejemplo, en el edificio de los Laboratorios Jorba, conocido como “La Pagoda” por contar con una estructura similar, cada planta se gira 45º con respecto a la anterior creando un patrón geométrico espectacular. Incomprensiblemente esta obra cumbre del brutalismo español fue demolida en 1999.
Otro ejemplo, es el edificio del Instituto del Patrimonio Cultural (IPCE) de Madrid conocido con el nombre de “Corona de espinas” y obra de los arquitectos Fernando Higueras y Antonio Miró Valverde. Una fachada agresiva esconde el interior amable, luminoso y con vegetación de este edificio que estuvo abandonado durante 16 años.
A pesar de que son muchas las personas que siguen sin apreciar el valor de las construcciones brutalistas, lo cierto es que desde los años 90 asistimos al surgimiento de varios movimientos de recuperación de las mismas. Por ejemplo, la Twentieth Century Society ha llevado a cabo campañas en contra de la demolición de estos edificios y fundaciones como Docomomo, tanto en su versión global como nacional, buscan estudiar y documentar la arquitectura moderna para que pueda ser reconocida como parte de la cultura del siglo XX y, en consecuencia, se proceda a su protección y conservación.
Resulta curioso que este movimiento reivindicativo se haya propagado por las redes sociales, en multitud de casos, a través del hashtag #SOSBrutalism. Incluso existen ciertas cuentas exclusivamente dedicadas a compartir el amor por estas construcciones. Fuck Yeah Brutalism o This Brutal House son algunos de los ejemplos más relevantes.
A la vista de estas consideraciones nos preguntamos, ¿qué opináis vosotros de este tipo de construcciones? ¿Deben ser demolidas o, por el contrario, consideradas como parte del patrimonio cultural universal?
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