¿Jardín o paraíso?
Pocas arquitecturas son tan utópicas, y a la vez tan reales, como el jardín. Quizá el propio término nos pueda dar una pista de por qué es así. Jardín llega al castellano desde el francés antiguo jart, cuyo significado era ‘huerto’ y que provenía, del franco gart, ‘cercado’, es decir, espacio que está delimitado por una cerca. Resulta que si rastreamos el origen de la palabra paraíso, llegamos hasta el persa, pairi-daêzã. Pairi significa “alrededor”, y daêzã, quiere decir, entre otras cosas, recinto, o cerramiento. Es decir, el paraíso, es un recinto cerrado, separado del mundo, igual que el jardín.
Jan Brueghel the Elder, ‘Das Paradies’, c. 1620. Via Wikipedia Commons
El Jardín del Edén: paraíso más allá
La relación casi equivalente que en muchas ocasiones se establece entre la idea de paraíso, y lo que sería en la tradición judeocristiana la primera naturaleza habitada, el Jardín del Edén, es culpa también de un viaje etimológico, de una traducción de la biblia, la Griega. Llamada también la Septuaginta, la Biblia Griega fue resultado de pasar al griego los textos sagrados hebreos y arameos, durante los siglos III y I a.C. Era el texto utilizado por las comunidades judías del mundo antiguo que vivían algo más allá de Judea, y luego por la iglesia cristiana primitiva que hablaba griego. En la Septuaginta, la palabra hebrea correspondiente a jardín (gan) se tradujo mal mediante la palabra griega parádeisos. Edén, por otro lado, se referiría a una región en donde se situaría tal jardín, “más allá de las planicies”.
La historia bíblica del jardín del Edén nos cuenta cómo un hombre originario es colocado en un jardín divino, cómodo, frondoso y rico en agua, para proteger el Árbol de la Vida. Esta narración coincide con distintos aspectos del Génesis sumerio y mesopotámico. En el Enûma Elish, un poema babilónico que narra el origen del mundo, se dice que fue creado en siete días, y que comenzó con un jardín, mientras que en la mitología sumeria, todo empieza en el paradisíaco lugar de Dilmun, hoy Bahrain.
Encontrar el paraíso es una obsesión tan antigua como el mito, y el Edén “más allá de las planicies” narrado en el Génesis, se ha buscado en distintos puntos situados entre los ríos Tigris y Éufrates.
Pierre Moullart-Sanson, ‘Carte du Paradis terrestre selon Moyse’, 1724. Este mapa sigue la opinión de Calmet, que al comienzo del siglo XVIII, localiza el paraíso terrestre en Armenia, entre los nacimientos del Tigris, Eufrates, Fase y Araxe. Fuente: Bibliothèque nationale de France, département Cartes et plans, GE D-13530
Babilonia: el jardín que cuelga
Muy cerca del Edén, otra mala traducción situó otro jardín antiguo, que de nuevo parecía tener más de relato que de evidencia. La maravilla de los jardines colgantes de Babilonia, no colgaba, sino que se apoyaba en sólidas arcadas construidas en ladrillo, escalonadas como una torre o un zigurat. La palabra griega kremastos, que fue traducida como “colgar”, tenía como significado en realidad “sobresalir”. Según el griego Estrabón, “constaba de terrazas abovedadas unas sobre otras, que descansaban sobre pilares cúbicos. Estas eran ahuecadas y rellenas con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares, las bóvedas y las terrazas estaban construidas con ladrillo cocido y asfalto. La subida a la terraza superior era por escaleras y a su lado había máquinas de agua y personas continuamente elevando agua desde el Éufrates hasta el jardín”.
Hipotética reconstrucción de los jardines, elaborada durante el siglo XIX. Via Wikipedia Commons
Jardín perdido
Tradicionalmente los jardines colgantes se imaginaron en Babilonia, hoy llamada Hillah, junto al Éufrates, como el Edén. Pero, como el paraíso bíblico, su ubicación seguía estando sin resolver. Era poco probable que fuera cierta la historia tradicional, que los ubicaba en Babilonia, construidos por el rey Nabucodonosor como regalo a su esposa alrededor del 600 a.C., o por la reina Semíramis entorno al 800. Ningún texto babilónico los mencionaba. Quizá fueran puramente míticos, fruto de una descripción idealizada del jardín persa. O quizás, la literatura griega o romana cometió otro error de traducción, y los jardines se encontraban realmente junto al Tigris, lo que hoy es una parte de la ciudad de Mosul, que durante el imperio asirio se llamó Nineveh. Muchas ciudades se nombraban con el epítome Babilonia, y así lo afirma la investigadora americana Stephanie Dalley. Según la teoría de la historiadora inglesa, los jardines estarían en Asiria, construidos por el rey Senaquerib, alrededor del 700 a.C. La zona donde se propone la ubicación de los jardines se ha determinado a través de imágenes satelitales. El mito de los jardines colgantes de Babilonia acompañó al desarrollo de la jardinería como arte a lo largo de toda su historia.
Los jardines colgantes de Babilonia, grabado de la edición alemana de 1726 de ‘El Antiguo y Nuevo Testamento conectados’, Humphrey Prideaux. Via Wikipedia Commons
Jardín Islámico
En el Corán, el jardín eterno, promesa de felicidad, es «tan amplio como el cielo y la tierra y en cuyas tierras bajas fluyen riachuelos», «árboles sin pinchos que dan sombra», «frutas que cuelgan a ras de suelo», y se encuentra cercado por una muralla. Numerosos jardines aparecen a lo largo del texto. El jardín en la tierra es una imagen del paraíso divino, quizá con resonancias del oasis en el desierto, un lugar de descanso o contemplación análogo a la vida en el Edén, donde la sombra, el agua y ese cerramiento exterior tienen gran importancia. Algunos jardines islámicos perviven hoy, en Albania, Algeria, Irán o España, pensemos por ejemplo en los jardines del Taj Mahal o de la Alhambra.
Alfombra-jardín Chahar Bagh del siglo XVII. Via Wikipedia Commons
Charbagh: cuatro jardines
Uno de los esquemas clásico del jardín islámico, de origen persa, se llama Chahar Bagh o Charbagh, que significa “cuatro jardines”. Este tipo de jardín se ordena en un esquema con dos ejes perpendiculares en los que cuatro canales llevan agua hasta una fuente o piscina central, haciendo referencia a los cuatro ríos del paraíso, llenos de leche, miel, vino y agua. Quizá el jardín es la arquitectura que se concibe más como una representación habitable, y en este caso, el Charbagh intenta imitar el mundo.
Chahar bagh de Kabul en el ‘Libro de Babur’, las memorias de Ẓahīr-ud-Dīn Muhammad Bābur, fundador del Imperio mogol. Via Wikipedia Commons
Arcadia
En el pensamiento occidental moderno, en cambio, la noción de “naturaleza ideal” no ha quedado inscrita tanto en la referencia a un paraíso celestial transportado a la tierra, como en la de una región bucólica perdida en el tiempo, de tradición clásica, un recuerdo nostálgico de armonía entre humano y campo representado a través de la noción de Arcadia. La Arcadia existe verdaderamente, y está situada en Grecia, en las tierras altas del Peloponeso. Tras la caída del Imperio Romano, formó parte del Imperio Bizantino y ganó fama como territorio aislado y poblado de pastores que llevaban vidas sencillas. Fue retratada por Virgilio en el siglo I, y luego, idealizada durante el Renacimiento, hasta convertirse en un lugar imaginario, en el que el hombre vivía en comunión con la naturaleza, en un ambiente feliz y sencillo.
Nicolas Poussin, ‘Les Bergers d’Arcadie (Et in Arcadia ego)’, 1639. Via Wikipedia Commons
Perdida Edad Dorada, utopía nostálgica
La pintura y la literatura convirtieron a la Arcadia en un tema. Una Edad Dorada de abundancia y felicidad, ligada a la idea del buen salvaje. Lope de Vega la imaginó como un lugar encantado de eterna primavera, árbol, fuente y prado. Un paisaje incluso erotizado. “Parece que por aquí se abrazaban los árboles naturalmente, y los mudos peces gemían por las corrientes aguas, y que ayudaba el cielo con apacibles vientos y templados días”.
Thomas Cole’s, ‘The Arcadian or Pastoral State’, 1834. Via Wikipedia Commons
El mito y su traslación colonial
Mientras los europeos volvían a idealizar los mitos clásicos durante el Renacimiento, llegaban a América. El paraíso terrestre o las utopías perdidas se reconocieron en el territorio americano. Ignoraron los relatos de los habitantes del continente, y se adentraron en el continente en búsqueda de El Dorado, la Fuente de Juvencia o el País de la Canela. Mientras arrasaban, y reordenaban al modo europeo, lo que encontraron a su paso, unas décadas más tarde, la tradición ilustrada y el romanticismo darían nuevo impulso a la creencia de ese vida en comunión con la naturaleza, y esa edad perdida que la Arcadia reflejaba. Una utopía nostálgica que todavía hoy sigue presente en nuestra sociedad, y la cultura popular occidental.
Bartolomé de las Casas, ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’, 1552. El jesuita ya en el siglo XVII denunciaba la acción occidental sobre pueblos y paisajes americanos. Via Wikipedia Commons
traductor griego dice
Excelente entrada. Es muy interesante la alusión al posible error de traducción griega o romana que habria confundido la ubicacion de los Jardines de Babilonia. Cordial saludo
AGi architects dice
¡Muchas gracias, un saludo!