La palabra española “patrimonio” tiene su raíz etimológica en el latín patrimonium, que se compone de patris (del padre) y onium (recibido). Por tanto, patrimonium hace referencia a los bienes que se heredan vía paterna. Este concepto de patrimonio se trasladó a lo largo del tiempo hasta la Edad Moderna, y se daba en el ámbito privado. Pero, con la Revolución Francesa, adquirió un nuevo sentido. Patrimonie comenzó a hacer referencia a bienes que han perdido valor o su utilidad original. Y también, a bienes que pertenecían a pueblos o naciones enteras. Así, el patrimonio cultural puede ser definido como la herencia cultural del pasado de una comunidad, mantenida hasta la actualidad y transmitida a las generaciones presentes.
Como ejemplo característico de este cambio de significado, podemos citar el surgimiento del museo de arte. Precisamente es en 1793, cuando, tras el derrocamiento de la corona francesa, se fundó el Museo del Louvre. De esta manera, se realizó el traspaso de las colecciones privadas de las clases dirigentes a galerías de propiedad pública. Así se resituaron las obras de arte conceptualmente, ya no como objetos de lujo privados sino como bienes de los cuales debía disfrutar el conjunto de la sociedad. Los primeros profesionales que montaron exposiciones serían los décorateurs del mismo centro, quienes comenzaron la tradición de instalar la colección según desarrollos históricos o relaciones temáticas.
Antes del nacimiento del Louvre, Londres ya había visto el origen de otro museo, el British Museum. Este se remonta a la donación de la colección privada de sir Hans Sloane, un médico y naturalista, en 1753. Aunque al principio su principal patrimonio eran los documentos y libros, pronto empezó a recibir gran cantidad de objetos antiguos. La historia política del Imperio Británico se refleja en el interior de su colección. Eventos militares como, por ejemplo, la derrota de la flota de Napoleón en Egipto en la batalla de Aboukir permitieron que la célebre piedra de Rosetta pasara a la colección del museo en 1801.
Por otro lado, la palabra paisaje, que puede definirse como «campo abierto que se ve desde un lugar», está compuesta por el sufijo –aje, conjunto, sobre la palabra francesa pays, campo, del latín pagus. Podemos localizarla en el Renacimiento, que, entre otras muchas innovaciones, nos trajo la perspectiva. Y es que, el paisaje ha sido desde esa etapa histórica, un espacio pictórico. Insistiendo en la definición anterior, un paisaje es una porción del espacio que ve una persona que observa, y que se puede representar. Entre los años 1416 y 1420, Filippo Brunelleschi, artista y arquitecto florentino, utilizó una serie de instrumentos ópticos para desarrollar el dibujo en perspectiva cónica. Este sistema se basaba en la intersección de un plano con un imaginario cono visual cuyo vértice sería el ojo de la persona que miraba. A esta regla de dibujo, se le sumarían otras claves pictóricas, como la aparición de los objetos lejanos en colores más tenues, con contornos más difusos y menos contraste. La perspectiva fue un sistema de representación que participó de la consolidación en Occidente del régimen escópico como centro perceptivo principal.
Durante el siglo XVIII, las ideas románticas influyeron en la concepción del paisaje. Éste dejó de entenderse como la mera representación de la realidad, para significar la proyección de los sentimientos personales en ella. El paisaje adquirió entonces una connotación subjetiva, que tenía que ver con una apreciación estética del medio ambiente.
El Romanticismo, término que aparece en la crítica literaria hacia 1800, fue la respuesta a la desilusión que generaron la razón y el orden ilustrados. Enfatizó la imaginación y la emoción, lo sentimental. Los románticos no veían a los seres humanos por encima de las fuerzas de la Naturaleza. Ya en la filosofía del siglo XVIII, en autores como Rousseau o Goethe, realizaban un culto al sentimentalismo, al amor a la naturaleza y al rechazo de la civilización. Con el Romanticismo, lo sublime, las ruinas, los naufragios, o la locura se convirtieron en temas centrales. La naturaleza, incontrolable, ofrecía una alternativa al mundo ordenado del pensamiento de la Ilustración.
Las influencias de esta época histórica en la conceptualización del paisaje han llegado hasta la actualidad. Un ejemplo puede ser el del bosque alemán (Deutscher Wald). Este término se utilizaba para describir un paisaje idílico en poemas, cuentos de hadas y leyendas alemanas de principios del siglo XIX. Se convirtió en el símbolo de la cultura germano-alemana y también en una contraimagen de la urbanidad francesa. Esta idea terminaría influyendo en el temprano movimiento conservacionista y ecologista, el turismo, los grupos juveniles, los clubes de senderismo y el movimiento derechista Völkisch, que vieron en los bosques un elemento clave de los paisajes culturales alemanes.
Al respecto de lo que hoy podríamos llamar patrimonio arquitectónico, el romanticismo representó una pasión por lo histórico, y especialmente por épocas como la Edad Media. Las ruinas, como La Abadía en el robledal de Caspar David Friedrich, se convirtieron en un tema romántico por excelencia.
La conceptualización del paisaje durante el siglo XVIII, sin embargo, no escaparía también a una mirada más científica, pues vio los viajes realizados por Alexander von Humboldt, pionero del pensamiento ecológico, hacia territorios americanos, y por Charles Darwin a bordo del Beagle quien desarrollaría la teoría de la evolución. Estos contribuyeron a que, en 1869, Ernest Haeckel acuñara el concepto de ecología como estudio de las relaciones entre los seres vivos y su ambiente. En 1919 Hugo Hassinger propuso que la geografía regional tomara al paisaje como objeto propio de estudio y en 1935, Arthur Tansley definió ecosistema, con el fin de expresar que cada hábitat es un todo integrado. Tres años después, en 1938, Carls Troll planteó el término ecología del paisaje. Troll también profundizó en aspectos culturales como la adaptación de las sociedades a los condicionantes ecológicos.
Si el paisaje, o lo que podríamos llamar el patrimonio natural, está amenazado principalmente por la acción humana en tiempos de paz, en cuanto al patrimonio cultural, han sido eventos traumáticos como las guerras las que en muchas ocasiones (pero no las únicas) lo han amenazado. Y es por ello que las raíces de la situación jurídica actual para la protección explícita del patrimonio cultural se encuentran en algunos de los reglamentos legislados con motivo de enfrentamientos armados. Por ejemplo, ya en 1814, la gobernante austriaca María Teresa decidió no sacar las obras de arte de su lugar de origen en la guerra.
Significativas fueron las Convenciones de La Haya de 1899 y 1907, que establecieron el principio de la inmunidad de los bienes culturales. Tres décadas después, en 1935, se formuló el preámbulo del Tratado sobre la Protección de las Instituciones Artísticas y Científicas. La Segunda Guerra Mundial motivó, con la iniciativa de la UNESCO, la firma en 1954 de la Convención de La Haya para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado. Bien conocido es hoy el título de Patrimonio de la Humanidad, que confiere la Unesco a sitios específicos del planeta (bosque, montaña, lago, laguna, cueva, desierto, edificación, complejo arquitectónico, ruta cultural, paisaje cultural o ciudad). El objetivo del programa es catalogar, preservar y dar a conocer sitios de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad.
Actualmente, se entiende que la protección del patrimonio cultural debe preservar la memoria cultural, la diversidad cultural, y la base económica de una región. El patrimonio cultural no es sólo material. No está constituido sólo de arquitecturas, objetos, etc. Sino que también comprende aspectos inmateriales, como costumbres, creencias, el derecho, idiomas, etc. Además, resulta imposible la separación de todos estos aspectos de clara factura humana, de su ambiente, es decir, del paisaje, del lugar donde se dan, pues cultura y territorio están entrelazados de manera tal que podríamos cuestionar una verdadera separación entre ambos. Se ha hecho evidente que es imposible el cuidado de un patrimonio cultural sin el del medio en el que se sitúa. Un ejemplo curioso de esto es el que da el documental que se ha realizado en el marco del proyecto europeo Pirineos La Nuit. Estrategia pirenaica para la protección y mejora de la calidad del medio nocturno, en el que se expone que la oscuridad de la noche, es un patrimonio en peligro de extinción por la excesiva iluminación de las ciudades. Otros ejemplos exponen cómo la desaparición de paisajes concretos, como pueden ser fragmentos de la huerta valenciana, implican la desaparición de modos de vida vinculados a esta huerta periurbana milenaria, que sin duda, por su sostenibilidad, calidad agroalimentaria, y riqueza cultural deberían ser protegidos.
Paisaje y patrimonio se entrelazan también desde una perspectiva histórica. En este sentido, la conservación del entorno natural y de los restos materiales de culturas del pasado debe realizarse de forma conjunta. Así, en los proyectos que AGi architects estamos realizando actualmente, Trazas de Pontevedra, y la rehabilitación del Puente de Furelos, en Melide, ambos aspectos se encuentran contemplados de forma prioritaria. Se está llevado a cabo una actuación sensible y respetuosa con el entorno tanto como con el patrimonio histórico, con el fin de dotarles de una entidad propia, sostenible, sencilla y que, a la vez, represente una experiencia única para el visitante.
Laura dice
Artículo muy interesante, tienes un conocimiento increíble, gracias