Entre Kuwait y España. La influencia de la modernidad.
“¡Várgame San Rafael, / tener el agua tan cerca / y no poderla beber!”
Los canta ahora Rosalía, una joven cantante de flamenco, pero estos versos se escribieron hace 70 años para una película, “La blanca paloma”, y para otra voz, la de la cantante de gran éxito, Estrellita Castro.
Era quizá lo que debían pensar los árabes asentados en la punta norte del golfo Pérsico, con el mar tan cerca, y el agua tan imposible de beber. Barca tras barca, el agua potable se traía desde el sur de Iraq, y el tamaño de la población, Kuwait, quedaba contenido por su afluencia. Construían dhows para navegar, buceaban en búsqueda de perlas y comerciaban por mar, pero el agua fresca, era un recurso casi inaccesible.
Tampoco el agua ha sido algo muy abundante en la península Ibérica, aunque las condiciones nunca hayan sido tan extremas. Hacia el año 941, en el Califato de Córdoba, la escasez de lluvias secó aljibes y campos, y las crónicas relatan cómo el cadí rogaba durante meses para propiciar la llegada de lluvias. Durante el cristianismo, también se hacían plegarias: “…Virgen Santa del Espino, ten compasión de los pobres, -échanos un chorro de agua, -defiende a los labradores…».
Con la llegada del siglo XX, la tecnología cambió las tornas, y ya no se trataba de propiciar la lluvia a través de lo místico, sino de poner en uso los recursos técnicos que entonces parecían sólo propiciar buenas cosas. Y así, en 1914, el Emir Sheikh Mubarak Al-Sabah adquirió el primer dispositivo desalinizador. No funcionó, ni tampoco llegó a construirse la deseada conducción para traer agua por la misma ruta que la que hacían los barcos desde Iraq. Pero finalmente, en 1953, se abrió la primera planta desalinizadora y la prosperidad que había traído el petróleo permitió asegurar ese recurso básico. La ciudad se amplió entonces hacia el interior del desierto.
Se encargó al equipo de ingenieros suecos VBB un plan de abastecimiento de agua. La ciudad se dividió en seis distritos con una red de distribución cuyo elemento más significativo eran unos depósitos con forma de seta, que tomaron el nombre de Kuwait Water Towers. Para el sexto sector, las torres, al borde del mar, se proyectaron con especial atención, con la intención de que se convirtieran, como han hecho, en un icono de la ciudad. La arquitecta danesa Malene Bjorn ganó el concurso para su diseño en 1975.
En uno de los textos de arquitectura más significativos del siglo XX, Delirio de Nueva York, Rem Koolhaas señala: “la historia del manhattanismo como arquitectura separada e identificable es una dialéctica entre estas dos formas, con la aguja queriéndose convertir en globo, y el globo intentando, de tanto en tanto, transformarse en una aguja”. El proyecto de Bjorn parece partir de estas mismas ideas: es la suma de una aguja de hormigón, como reflejo de la pulsión de llegar más alto, con la esfera, cuya ilusión es la de una mágica ingravidez.
En la torre principal se suspenden dos esferas. La inferior, mayor, es un depósito de agua, y también, un restaurante, una zona de observación y una recepción. Arriba, una esfera menor alberga una cafetería giratoria que completa una vuelta cada 30 minutos.
La segunda torre sostiene otro depósito de agua, y la tercera, es simplemente una aguja cuya finalidad es la de iluminar las otras dos. Las esferas, acabadas con discos metálicos azules, verdes y plateados, establecen una relación decorativa con la arquitectura religiosa tradicional. Como señalaba Aisha Alsager, de AGi architects, en su texto para el catálogo del Pabellón de Kuwait en la Bienal de Venecia de 2014, las torres de Kuwait convierten las arquitecturas del agua en símbolo del progreso moderno al servicio del ser humano.
En España, durante el siglo XX, la escasez de agua también tuvo relevancia histórica. En 1930, la aguda sequía fue uno de los factores que influyó en la proclamación de la República un año más tarde. Posteriormente, los avances tecnológicos, la influencia de la modernidad y la configuración ideológica del régimen dieron lugar también en España a un macroproyecto en relación con el agua. El de los pantanos. A lo largo de las siguientes décadas se construyeron hasta 1.070 embalses, se anegaron decenas de pueblos y aldeas, y se formó una red hidráulica que hoy se cuantifica como la de mayor superficie de agua embalsada por habitante.
Uno de los pantanos más especiales es el Embalse de Salime, situado en Asturias, al norte de España. Las obras de construcción de la presa comenzaron en 1946. A pie de obra se fabricaba el hormigón, que se suministraba a los distintos puntos a través de un teleférico que entonces era el mayor de España. Se edificó también un poblado de nueva planta para alojar a los trabajadores, hoy abandonado. La presa fue la mayor de España y la segunda de Europa. Fue necesario inundar “1.995 fincas, 3.000 parcelas, 25.360 árboles, 13.800 frutales y 14.051 vides; 685 hectáreas, laderas sin cultivo, fincas urbanas, ruinas, patios, corrales, ocho puentes, cinco iglesias, varias capillas y cuatro cementerios”.
Pero además, la presa se pensó también como una obra de arte. Dos significativos arquitectos y artistas, padre e hijo, decoraron el interior y exterior de la presa. Joaquín Vaquero Palacios diseñó una preciosista arquitectura para las instalaciones interiores y los relieves en la fachada. Por su parte, su hijo Vaquero Turcios proyectó un mirador colgante, desde el que observar la construcción y el paisaje. Pintó también los murales de la sala de turbinas que representan todo el proceso constructivo de la central. La bella pintura nos enseña también a los aldeanos abandonado sus casas a punto de ser anegadas, y la forma de representar los oficios no deja pasar por alto su relación con el trabajo del pintor mexicano Diego Rivera.
A pesar de la distancia, tanto en Kuwait como en España, la confluencia entre técnica, política y la ideología de la modernidad, que confiaba en la pulsión posibilitadora de lo artificial, dieron lugar a macro obras de ingeniería. Arquitecturas del agua que conjugaron el prodigio técnico con ideas estéticas que reflejaban el modo de pensar de la época, y que celebraban una incuestionada idea de progreso. La globalizada influencia modernizadora permitió mejorar las condiciones de vida de la población, pero también destruyó los modos de vida anteriores, muchos de ellos en mejor equilibrio con el medio ambiente. En ambos países, la relativa armonía que podría esperarse al solucionar la escasez de agua, se ha roto al favorecerse el consumo, siempre por encima de la disponibilidad del recurso más preciado.
ACEM. Asoc. Conservación y estudio de los molinos dice
Muy interesante
Nos interesa reproducirlo en «Molinum» (www.molinosacem.com)
Quienes son los autores?
AGi architects dice
¡Gracias!
Os contactamos via email. Saludos