La relación del interior arquitectónico con el exterior ha sido siempre uno de los aspectos claves para pensar el habitar. Esta vinculación está atravesada por razones externas, que principalmente tienen que ver con el clima, y otras internas, vinculadas a la cultura y la tradición.
En Occidente, la apertura de grandes huecos fue aceptada y celebrada en cuanto la técnica lo permitió. El ideal de la transparencia se extendió a lo ancho del planeta desde la segunda mitad del siglo XX, junto a las otras ideas modernas. Chocaría con tradiciones no occidentales, en las que la introducción de la luz en el interior doméstico se trabajaba y articulaba mediante la arquitectura.
En los países más calurosos, desde la India hasta la península Ibérica, la luz ha sido un bien cuya cantidad e incidencia controlar, con elementos como la celosía. En el Extremo Oriente, otro entendimiento del espacio interior, del paso del tiempo, y de los actos cotidianos, convertían a la luz en un material que tamizar y reflejar.
Estas tipologías tradicionales han sido reinterpretadas por arquitectos contemporáneos, interesados por maneras más sostenibles de adaptarse al clima, de construir el hogar, y las relaciones sociales y el vivir en común.
La celosía que cubre parte de la fachada de Nirvana Home de AGi architects, proporciona una sutil transición entre interior y exterior, abriéndose para colocar el acceso a la vivienda. Dentro, se combina con otros elementos arquitectónicos para generar gradaciones de intimidad en los espacios domésticos.
Mashrabiya
En la arquitectura islámica, la mashrabiya es un tipo de ventana caracterizada por la presencia de una celosía de madera, decorada, cubriendo un hueco ampliado que asoma como un balcón hacia la calle. Intimidad –un elemento culturalmente fundamental, protección solar –inevitable en el caluroso clima, y decoración se confunden generando estas pequeñas arquitecturas. Como mucha de la arquitectura tradicional, el diseño de la Mashrabiya es muy inteligente. Amplía la habitación, sin coartar las formas de vida, al tiempo que la disposición de las aberturas permite que el aire más frío entre por las inferiores y salga el caliente por las superiores. También protege del sol y de la lluvia a los paseantes en la calle.
Maison es Suhaymi. El Cairo, Egipto. Imagen de Gérard Ducher, via Wikipedia Commons
Jaali
En India, se llama jaali o jali, a un tipo de pantalla o pared perforada, otra celosía, que sigue motivos caligráficos, geométricos, y vegetales. Se usa para dividir habitaciones, pero también como puerta o ventana. El plano total se disuelve en múltiples agujeritos. Así, ni los rayos de sol directos, ni su reverberación, pueden atravesar el jali, cuyo espesor es similar al tamaño de sus orificios. Proporciona intimidad en el clima húmedo y caluroso de la India.
Jaali, Red Fort, Delhi. Imagen de V.Sathyamurthy, via Wikipedia Commons
Entre la celosía y el Brise Soleil
Josep Lluis Sert, uno de los arquitectos modernos más significativos, adaptó la celosía al estilo internacional. El catalán exiliado en Harvard, lo aplicó, por ejemplo, en la Embajada americana en Bagdad. La modernidad, aparentemente, estaba desprovista de referencias, siendo casi pura abstracción y respuesta funcional: una arquitectura científica. Pero, en realidad, traía múltiples influencias vernáculas. Sert utilizó un recurso típico de su tierra natal perfectamente relacionado con el clima de la ciudad asiática. De esta manera, el arquitecto español trazó una línea que conectaba España e Iraq, y la arquitectura vernácula y la modernidad. El telón que propuso Sert para la fachada de la embajada, solucionaba el aspecto exterior del edificio, a través del uso de formas geométricas, repeticiones, simetrías y otras técnicas tan características de la arquitectura oriental.
Tradición mecanizada
La postmodernidad se interesó también por la celosía. La arquitectura que siguió al movimiento moderno entendió la necesidad de la adaptación al contexto. Junto a esto, nuevos desarrollos técnicos, convirtieron a los elementos vernáculos en prolíficos recursos de diseño. Permitían combinar una experiencia estética con la solución de problemas funcionales. Un clásico de la arquitectura de final del sigo XX es el instituto árabe diseñado por Jean Nouvel en París. El gran bloque de acero y cristal, puro en su forma global, se decoró con unos elementos similares a los de la mashrabiya. Una celosía de 240 paneles cuadrados agrupaban 30,000 pequeños diafragmas mecánicos de acero conectados a sensores fotosensibles, que se abrían y cerraban de acuerdo a la intensidad lumínica.
Instituto del Mundo árabe. Imagen de Joselu Blanco via Flickr
La arquitectura como un vestido
Gottfried Semper insistió en la relación etimológica entre determinados términos arquitectónicos y los textiles. Por ejemplo, en alemán, Gewand, vestido, contiene la palabra Wand, es decir, pared. En 1851, Semper publicó “Los cuatro elementos de la arquitectura”. En este texto, el arquitecto alemán intentaba configurar una teoría general de la arquitectura a través de cuatro elementos. Uno de ellos era la envolvente, fabricada de paredes tejidas.
«El entretejido, el divisor espacial original, retuvo toda la importancia de su significado anterior, en forma real o ideal, cuando más tarde las ligeras pantallas de estera fueron transformadas en muros de adobes, ladrillo o piedra. La estera tejida es la esencia del muro».
Representación de los elementos de la arquitectura, en el libro de Gottfried Semper.
Las cortinas de Lilly Reich
Resulta inolvidable la cortina roja del Pabellón de Barcelona. Se trata de un gran cortinaje rojo, que hace posible cerrar el gran ventanal que da a la plaza a la que se enfrenta el pabellón diseñado por Mies van der Rohe junto a Lilly Reich. Dos años antes, ambos habían llenado de cortinas el Café Samt & Seide. Era en realidad un pabellón para la industria de la seda alemana, en la exposición Die Mode der Dame celebrada en 1927. Las fotos de la instalación en el café muestran un grupo de espacios pequeños que fluyen uno en el otro. Estos están definidos a través de cortinas naranjas, negras, y rojas, de terciopelo, y otras telas amarillas, y negras, en seda. Todas se suspendían desde carriles curvados. Los materiales en sí mismos son los que construyen la esencia del espacio, algo característico del trabajo de Reich.
Shōji
En Japón, las particiones siempre fueron móviles, de tal manera que la casa pudiese desmontarse y ventilarse en verano. Además, los paneles de papel de arroz, además crean un ambiente interior que tiene que ver con el entendimiento del espacio doméstico del Japón tradicional: «En realidad, la belleza de una habitación japonesa, producida únicamente por un juego sobre el grado de opacidad de la sombra, no necesita ningún accesorio». La luz en la casa japonesa es otra, una que crea una atmósfera de ensueño, de irrealidad, en la que los colores oscuro y los tonos dorados quedan enfatizados.
«Los tabiques móviles y los biombos dorados, colocados en una oscuridad que ninguna luz exterior consigue traspasar nunca, captan la más extrema claridad del lejano jardín».
La villa imperial Katsura. Imagen de Tomoaki Ueda via Wikipedia Commons
El conocido texto de Junichiro Tanizaki, El elogio de la sombra, tan pronto como en 1933, trata precisamente de la dificultosa relación entre las artes japonesas, y la modernidad. Los conceptos de higiene, iluminación o de las funciones domésticas que cada uno de los dos estilos promueven, son prácticamente incompatibles. Ante esto, Tanizaki se pregunta, ¿cómo habitar desde la tradición japonesa, y aceptar el confort resultante de la evolución técnica de origen occidental?
Quizás ahora, tras la crisis de la modernidad, y la continua puesta en cuestión de las ideas postmodernas, algunas arquitecturas son capaces de integrar los valores de ambas genealogías.
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