Los significados del agua en la arquitectura nazarí del Generalife y la pintura romántica ‘El Viaje de la vida’
El agua ha sido reflejada ampliamente en la historia del arte y ha sido protagonista de los espacios arquitectónicos, puesto que es un elemento esencial para la vida. Ya hablamos del agua en la arquitectura desde un punto de vista infraestructural en este artículo dedicado a las Kuwait Water Towers y a la presa de Salime. Ahora visitamos un edificio y una pintura donde el agua no es sólo un bien necesario, sino que es poesía, metáfora y símbolo de la propia vida.
El agua es un motivo clásico de la pintura. Se la ha pintado en forma de arroyos, ríos, lagunas, mares y océanos. También en su forma meteorológica: tranquilas nubes, tormentas y arcoíris. Además, dado que el arte es reflejo de una sociedad, la representación del agua muestra las características del tiempo y lugar donde es pintada, esculpida o descrita. Así, por ejemplo, Sorolla pintó la playa que la burguesía comenzaba a visitar cuando los baños de mar se convirtieron en algo medicinal.
El agua en la arquitectura es un problema técnico esencial. Aquí nos acercaremos a la cultura árabe, que con gran maestría, desarrolló unos ingenios técnicos únicos para abastecer poblaciones escasas en recursos y al mundo rural —y ello nos inspiró en nuestro proyecto para la adecuación del Yacimiento de la Arrixaca. Pero además, la cultura islámica dio al agua una dimensión simbólica y estética.
El juego de apariencias del Generalife
En él nos podemos encontrar el jardín coránico, presente en la Escalera del Agua, o el jardín de origen persa, en el Patio de la Acequia. En ambos casos estamos ante Jardines del Paraíso, y cuando la hora de visita termina, tenemos la triste realidad de ser expulsados del Edén.
José Miguel Puerta Vílchez, La construcción poética de la Alhambra.
El Generalife fue la villa de recreo, casa rural, lugar de descanso de los reyes nazaríes. El palacio se construyó a finales del siglo XIII por el segundo sultán de la dinastía nazarí, Muhammad II (1273-1302). Fue pensado como una arquitectura integrada en las huertas y jardines que la rodeaban, de grandísima extensión. Su nombre puede significar «huerta o jardín del arquitecto», o bien, «el más excelso jardín».
Al recorrer el Generalife, iremos encontrando distintos usos y significados tanto del agua como del jardín. Se entra a través de dos patios íntimos con altas tapias, naranjos y vides. Estos espacios inspirarán más tarde los cármenes granadinos, unas bellas fincas urbanas con vivienda, huerto y jardín, encerradas entre altas tapias blancas.
El recorrido nos llevará después al muy conocido Patio de la Acequia. Es muy alargado, con un canal de agua que marca un eje longitudinal. Se trata de la Acequia Real, que abastecía la Alhambra, el Generalife y los huertos. Al fondo se observa la Sala Regia, bellamente decorada con yeserías e impresionantes vistas al paisaje y a la Alhambra. Este jardín fue diseñado a partir del esquema árabe de patio en cuatro partes, Char-Bagh, de origen persa y ampliamente difundido en Andalucía, del que hablamos en Traduciendo entre jardín y paraíso, unas cuantas entradas atrás en el blog. Dos ejes perpendiculares en los que cuatro canales llevan agua hasta una fuente central, haciendo referencia a los cuatro ríos del paraíso, llenos de leche, miel, vino y agua. Dada que el patio es largo y estrecho, en este caso el eje transversal del Char-Bagh queda tan sólo insinuado por la vegetación y una fuente baja.
Llegaremos después al Patio de la Sultana. Allí se situaba el baño del Generalife, que se perdió a comienzos del siglo XVI. Muy modificado en la época cristiana, tiene una gran alberca en forma de U rodeada de setos de arrayán.
Desde aquí seguimos a otro elemento del jardín de gran belleza. Reúne las características típicas del jardín islámico, a través de una maestría en la configuración de la topografía, el agua y la vegetación. Se trata de la llamada Escalera de Agua. Ésta permite acceder a una pequeña capilla y un mirador a una cota mayor.
En ella, la sombra da un bienestar permanente. Está lograda a través de una cerrada bóveda de laureles a lo largo de todo el recorrido. El suelo está diseñado para aprovechar los rayos de luz que atraviesan el follaje, construido en materiales sencillos: pequeños cantos de piedra. Los descansillos de la escalera se decoran con unas fuentes. Y es el uso del agua lo más sorprendente: los pasamanos de la escalera son dos canales encalados de tejas y ladrillos. Por ellos discurre el agua de la Acequia Real. Estas pequeñas cascadas llenan el aire de frescor y suenan agradablemente volviendo el ascenso una experiencia cercana a la ensoñación.
Los constructores musulmanes diseñaron estos jardines como una obra de ficción, como señala el arabista e historiador del arte José Miguel Puerta Vílchez. La arquitectura se configuraba a través de un juego de apariencias formado por muros, columnas, arcos, cúpulas, surtidores, vegetación, la luz natural y la artificial, las inscripciones y la decoración, los reflejos y los aromas. El objetivo era dar forma tangible al paraíso.
El viaje de la vida, un río convertido en alegoría
La alegoría no es más / que un espejo que traslada / lo que es con lo que no es
Pedro Calderón de la Barca, El verdadero dios Pan.
El agua tiene un papel muy distinto en la serie de pinturas El viaje de la vida, del pintor estadounidense Thomas Cole. En este caso, el agua nos lleva también más allá de lo funcional, en este caso a través del uso de la alegoría. La alegoría pretende dar una imagen a lo que no la tiene, y así este pintor romántico utilizó la imagen de un río para hablar del transcurrir de la vida humana.
Thomas Cole nació en el Reino Unido y de muy joven emigró junto a su familia a Estados Unidos. Volvería al viejo continente de joven, para estudiar pintura. De regreso en Estados Unidos, en 1832 pintó El curso del imperio. Como El viaje de la vida, esta obra es una serie de carácter narrativo. Está formada por cinco lienzos a través de los cuales se muestra el discurrir del tiempo. Con un mensaje que hoy parece muy contemporáneo, preocupado por la destrucción de la naturaleza, Cole plasmó un mismo paisaje en cinco pinturas. Primero, lo representó en un tiempo en el que no existen seres humanos. Después, ya con ellos, este lugar se plasma sin manipulación. En el tercer cuadro, La consumación imperial, Cole lo presenta con edificios magníficos, que en el siguiente cuadro están siendo destruidos en una guerra. La quinta pintura, titulada Desolación, muestra un paisaje en ruinas.
El viaje de la vida se refiere también a un desarrollo temporal. En este caso comprende la infancia, juventud, madurez y vejez de una persona. Para ello se utiliza la imagen bíblica del río de la vida junto al ciclo de las estaciones como alegoría de cada etapa.
El primer cuadro, Infancia, representa un paisaje floreciente, primaveral, con un cielo claro donde brilla el sol. Un bebé montado en una barca que surca el río de la vida, guiada al timón por un ángel que le guarda. Debajo del bebé, un lecho de flores, símbolo de la vida recién brotada. En la proa de la barca, un reloj de arena simboliza la caducidad. La cueva de la que sale esta barca representa el vientre materno.
El segundo cuadro, Juventud, muestra un río tranquilo donde la barca avanza entre palmeras y árboles en una época estival. El joven de la barca, que ya navega solo, observa la imagen de un palacio que se aparece en el cielo, símbolo de los sueños y ambiciones.
La madurez será representada en el tercer cuadro con un signo menos positivo. El cielo se muestra oscuro, y al fondo se pone el sol. El río es turbulento y el paisaje árido o caduco. La barca se dirige a unos rápidos y el protagonista reza mientras el ángel le observa impotente.
La vejez se presenta más optimista. La barca desemboca en un mar en calma. El ángel muestra al hombre, ya canoso, el más allá, que se abre en forma de unos rayos de luz. La barca ha perdido su mascarón de proa y con ello el reloj de arena, símbolo del tiempo que ha terminado.
Thomas Cole es considerado como el fundador de la Hudson River School. Este movimiento artístico de mediados del siglo XIX se preocupó por la representación realista de la naturaleza. Estaba fuertemente influenciado por el romanticismo europeo. Pero a la vez partía de un orgullo nacionalista que celebraba el paisaje norteamericano. También tenía un carácter religioso muy típico de las manifestaciones culturales estadounidenses del momento. La naturaleza se entendía como una obra de Dios. Así, El viaje de la vida se planteó como un proyecto didáctico y moralizante donde el paisaje compartía protagonismo con la fe religiosa.
Parece inevitable conectar esta serie con la mítica película El Nadador, que ya citamos en Un chapuzón privado, el artículo que dedicamos al auge de la piscina moderna en Estados Unidos en las décadas de mitad del siglo XX. En esta película, el protagonista, interpretado por Burt Lancaster, nada de piscina a piscina a través de una urbanización de clase alta hasta llegar a su casa. Este viaje aparentemente lúdico es en realidad un viaje vital. Aunque inicialmente la película parece ocurrir a lo largo de una tarde, otra temporalidad discordante se muestra a la vez. Según pasan los minutos, las hojas de los árboles caen y el tiempo se hace más frío. Igual que el clima endurece, la decadencia del personaje es cada vez más fuerte. Su inicial alegría se marchita mientras se van mostrando indicios de una gran crisis personal y profesional que coincide con el ocaso del día. La película muestra la crisis del hombre suburbial americano, nieto de la generación de Cole.
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