Por Pablo López, arquitecto senior de AGi architects, Universidad Politécnica de Madrid PhD, Arquitectura
La silla se ha erigido en el siglo XX como el objeto de diseño predilecto de la arquitectura: casi todos los arquitectos reseñables de la modernidad han diseñado una o varias sillas y han volcado sobre sus diseños su impronta o el espíritu de una época o de un movimientoconcreto. Peter Smithson llegó a catalogarlo como el objeto de diseño más simpático -su figura se acerca, según él, más a la de una mascota que a la de un mueble- frente a la cama, cuya consideración era la diametralmente opuesta.
Pero más allá del interés como objeto de puro diseño, la silla ha sido un ejercicio recurrente en la arquitectura como elemento anticipador de las propuestas a mayor escala y de los interiores del futuro. Dada su inmediatez y el trabajo directo, sin intermediarios, la silla se ha erigido como muestra condensada y visionaria de la arquitectura que estaba por venir y de las nuevas posibilidades materiales del mercado, mucho antes que los propios edificios.
En el último Salón del mueble de Milán, celebrado el pasado mes de abril, la galería neoyorkina Friedman Benda en colaboración con la compañía de muebles japonesa Nendo Inc. han presentado la pieza coral «50 sillas Manga», una instalación de sillas de acero inoxidable cuya presentación oficial se llevó a cabo en la Basílica Minore di San Simpliciano y que hará su estreno estadounidense en una exposición individual que se celebrará en septiembre en las instalaciones de la galería en el barrio de Chelsea.
Las sillas, a pesar de ser presentadas en el contexto de una feria de mobiliario, trascienden la mera condición de objeto útil para convertirse en una pieza artística en sí misma capaz, desde esa nueva lectura, de ofrecernos más claves sobre el contexto arquitectónico actual que cualquier objeto producto del puro diseño industrial. Esto resulta revelador en tanto en cuanto el objeto se desprende de su categoría de arte útil para asumir sin ninguna reticencia una carga meramente retórica. La semántica parece imponerse definitivamente a la sintaxis en todos los campos, en todas las escalas.
La pieza, describámosla, se compone de una retícula de sillas de acero inoxidable inspiradas en la manera gráfica de los cómics. Con la abstracción del dibujo manga presente se evitan intencionadamente aspectos físicos y corpóreos como el color o la textura en la medida de lo posible. Por el contrario, los modelos tienen acabado de espejo completo: el manga genera nuevas capas espaciales al igual que la superficie de un espejo reflejando el mundo real. Las sillas están contentas, angustiadas, avergonzadas, sorprendidas, saltan, hacen un zoom al pasado o lentamente se escabullen. Cada una de sus configuraciones huye de cualquier formalización asociada a un uso concreto, y simplemente trata de generar un relato.
Estas sillas no necesitan referenciarse a ninguna condición material como signo de su tiempo. Al contrario que sus compañeras del pasado, no son hijas de una técnica a la que hacer visible como aquella bicicleta Adler en el caso de Marcel Breuer, la industria post-bélica de los Eames o la configuración de la Egg chair de los Smithson como la réplica en plástico del asiento del Citroën DS. Su tiempo es el de la tecnología, sustituta de la técnica, aséptica e imposible de ser visualizada materialmente. ¿Es acaso representativo de nuestra época cómo se construye un iPhone o cómo se configura el motor de búsqueda de Google o más bien sus implicaciones en la cultura? Su contemporaneidad reside precisamente en que no contrae deuda alguna con los procesos, sólo con sus consecuencias.
Lo que sí se mantiene en común en estas sillas con sus precedentes, en este salto temporal de casi 60 años, es el hecho de ser termómetro de un momento arquitectónico. La forma ya no es búsqueda del cumplimiento estricto de una función o, al menos, representación de la misma, sino simple conductor de significados. Es precisamente eso lo que encontramos en los arquitectos contemporáneos que están abriendo de forma más certera la senda de futuros caminos: los trabajos de los británicos Carusso St John, del suizo Valerio Oligiati, el estudio Barozzi Veiga o los japoneses Sou Fujimoto o Junya Ishigami nos hablan del nuevo rol de la arquitectura como contenedor semántico desprovisto de cualquier responsabilidad aleccionadora. La arquitectura más que nunca, a la manera de esas 50 sillas de Milán, vuelve a ser puro símbolo como razón de ser.
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