Tras abordar el surgimiento de la cocina moderna en el anterior artículo del blog, examinamos ahora dos eventos culturales que en los setenta y ochenta contribuyeron al entendimiento actual del espacio para cocinar: la cocina como posibilidad y la cocina para cocinar.
La primera mitad del siglo XX había dado lugar a uno de las conceptos fundamentales del espacio doméstico moderno. Era la cocina eficiente, racionalizada e higiénica resultado de la aplicación de los principios científicos al trabajo en el hogar. En las siguientes décadas, se plantearon otras ideas para definir el diseño de los muebles y espacios del cocinar. Nuevas cotidianidades y otros tipos de agrupaciones familiares relacionaron la cocina, por un lado, con el placer, y por otro, con una nueva vida urbana y globalizada.
Forma, color y contracultura. Italy. The New Domestic Landscape. MoMA, Nueva York, 1972.
Utensilios domésticos apilables novedosamente moldeados en plástico, sillones de formas sinuosas, sillas plegables y apilables, referencias kitsch a la cultura popular, módulos de equipamiento… Todo ello protagonizó esta exposición seminal celebrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en 1972.
En esos momentos, Italia era una de las principales protagonistas del diseño y la arquitectura internacionales. La Tendenza, un grupo arquitectónico del que eran miembros Aldo Rossi, Giuseppe Samonà, Giorgio Grassi, Massimo Scolari, Ezio Bonfanti y Carlo Aymonino, se constituía como uno de los referentes del momento. Formado a la vez que el grupo estadounidense Five architects, Rossi, Grassi y sus compañeros, desde una postura opuesta a la arquitectura pop y al high tech, extendieron internacionalmente conceptos neorracionalistas que conectaban con la arquitectura moderna italiana de los años veinte y treinta.
Pero en Italia, otras personas entendían la arquitectura y el diseño desde otras posturas. El Pop, lo Kitsch o lo contracultural estaban sobre la mesa en la escena italiana del momento. La muestra Italy. The New Domestic Landscape los recogió y relacionó conceptualmente. Fue una de las exposiciones más importantes de la década. Su comisario era Emilio Ambasz, arquitecto y profesor argentino nacido en 1943, curador del Departamento de Arquitectura y Diseño del MoMA.
En el catálogo de la exposición, el arquitecto argentino detectaba tres actitudes en los diseñadores de la exposición. Por un lado, las conformistas trataban el diseño desde un punto de vista formal y técnico. Por otro lado, actitudes reformistas creían en la vinculación entre diseño y sociedad. Trabajaban desde la ironía, los elementos industriales y la ruptura con la consigna moderna de la forma sigue a la función. Frente a estas actitudes, la contestación se planteaba como una tercera vía. Esta tendencia se decidía por abandonar la creación de objetos, o bien, por insertarlos críticamente en los sistemas socioculturales.
Italy. The New Domestic Landscape presentó en el MoMA creaciones icónicas. En relación al espacio de la cocina, dejó sistemas de vajilla o cubertería de formas ergonómicas o apilables, muchas veces fabricados en plástico.
Mostró también nuevas miradas acerca de esta función doméstica. Significativo fue el carrito de cocina de Joe Colombo producido para Boffi en 1963. Era un dispositivo móvil y compacto para el cocinar. Reflejaba un entendimiento de la arquitectura como un espacio programable y adaptable.
“Things have to be flexible. My kitchen can be moved around or out of a room and when you are finished with it, it closes up like a box”, dijo Colombo acerca de su Minikitchen.
Otros ejemplos arquitectónicos similares fueron presentados en la muestra, como la cocina plegable de Ufficio Tecnico Snaidero, o la unidad de cocina Archipielago de Giancarlo Iliprandi.
Esta misma idea de arquitectura como equipamiento estaba también presente en la propuesta futurista de Ettore Sottsass, de nuevo un sistema modular diseñado para implantarse en cualquier espacio. Y también, de forma más radical, en la propuesta de Superstudio para crear un espacio habitacional que respondiera a una sociedad sin trabajo y sin jerarquías sociales. Nuevas formas, colores y materiales, pero también la emergencia de un habitar libre de jerarquías y globalizado dejaron una marca indeleble en los posteriores entendimientos del espacio de la cocina.
La cocina para cocinar. Otl Aicher, Die Küche zum Kochen, 1982.
En 1980, la importante marca de cocinas Bulthaup contactó al diseñador alemán Otl Aicher para realizar una colaboración, y así surgiría la cocina para cocinar. Aicher era diseñador gráfico y tipógrafo. Pionero del diseño corporativo, uno de los más significativos ejemplos de su trabajo fue el desarrollo de la identidad de marca de Braun.
Aicher había cofundado la influyente Escuela de Ulm en 1953, junto a su mujer, la escritora y pacifista Inge Scholl, y el arquitecto y artista Max Bill. Fue probablemente el proyecto pedagógico más influyente para el diseño industrial.
En Ulm, Aicher tuvo contacto con las visiones acerca del diseño de electrodomésticos del docente Hans Gugelot y del industrial Erwin Braun. Cuando Braun asumió la dirección de su empresa tras la muerte de su padre, buscó asesoramiento en Ulm. A partir de entonces, Hans Gugelot y Otl Aicher colaboraron con el equipo de la marca.
Otro diseñador significativo con el que Aicher tuvo contacto fue Nick Roericht. Primero alumno, y luego profesor en Ulm, Roericht colaboró con Aicher en la Escuela y en el encargo de las Olimpiadas de Munich, donde Roericht realizó el diseño de los asientos y del mobiliario de la Villa Olímpica y Aicher la imagen completa de los Juegos. Pero quizás el diseño más conocido de Roericht es un juego de loza apilable que ha pasado a la historia.
Desde esta amplia experiencia Aicher abordó la colaboración con la principal empresa alemana de cocinas Bulthaup. El diseñador llevó a cabo un estudio en profundidad de las diversas tendencias en cocinas. Entendió que este espacio debía ser algo contrario a la cocina eficiente y racionalizada. Encontró la verdad del acto del comer en la cocina, es decir, en la actividad previa de preparar los alimentos. Valoró la cocina cultural y socialmente. Y dió importancia a todos los útiles y herramientas que el cocinar implica: sin ellos, la comida sería otra cosa.
El libro publicado por Aicher: «La cocina para cocinar. El final de una doctrina arquitectónica« se convirtió en un influyente manifiesto, que se reflejó en la colaboración con Buthaup. El fabricante de cocinas introdujo en el mercado un banco de trabajo para cocinas firmado por Aicher en 1984, al tiempo que adoptaba un nuevo logo de la mano del diseñador alemán.
La cocina para cocinar dejó como legado una recuperación de valores comunicativos y comunitarios de este espacio. Trajo consigo la conexión de la cocina con el salón, la integración de elementos de la esfera del restaurante y la revitalización del área de la cocina central, mediante el uso de una mesa de cocina clásica o un área de trabajo insular.
Deja un comentario