Paisaje y patrimonio
Era 1964, el movimiento moderno en la arquitectura traslucía ya las críticas de los arquitectos más jóvenes. La fe progresista moderna permanecía, sin embargo. El arquitecto Bernard Rudofsky preparaba una exposición para el MoMA de Nueva York, Architecture without Architects, que cambió la mirada sobre las arquitecturas “vernáculas”, o al menos, la puso sobre ellas. “La historia de la arquitectura, tal y como ha sido escrita y pensada en el mundo occidental, nunca se ha preocupado por más de unas pocas culturas”. Esas culturas, eran, claro, las europeas y las que le daban origen a Europa, es decir, las de Oriente Próximo y Medio.
Pero además, como Rudofsky bien decía, Occidente se había interesado especialmente por construcciones que solían disfrutar las clases de más status: palacios, catedrales, edificios de gobierno. Para Rudofsky, sin embargo:
“Tenemos mucho que aprender de la arquitectura anterior a que se convirtiera en un arte de especialistas. Los arquitectos anónimos demuestran un admirable talento para insertar los edificios en sus contextos naturales. En vez de intentar conquistar la naturaleza, como hacemos nosotros, ellos abrazaban los agentes climáticos y los condicionantes topográficos”.
Esta afirmación del arquitecto checo nos lleva inmediatamente a pensar en las construcciones de los Castros gallegos, cuyo proyecto de conservación y musealización desarrolla AGi architects en el ámbito de Pontevedra, en Galicia. Los poblados fortificados que habitaban las gentes de entonces se adaptaron al paisaje, y a sus condiciones climáticas y geográficas. Sus formas nos recuerdan a muchas de las imágenes que Rudofsky presentaba en la exposición.
Castro de Monte de Santa Tegra. Imagen de Henrique Pereira, via Wikipedia Commons
La cultura castreña se desarrolló en la zona noroeste de la Península Ibérica durante la Edad de Hierro, y fue consecuencia de un proceso de sedentarización de los habitantes de la zona. Ocuparon toda la región natural, que iba desde el norte de Portugal, a la actual Galicia, Asturias y la zona de León. Era una cultura de origen prerromano, indígena, quizás con influencia celta. Hay quienes señalan que las tribus celtas irlandesas provenían de pescadores gallegos.
Los castros solían ubicarse en lugares característicos del paisaje: sobre colinas, en penínsulas marítimas o espolones, a media ladera. En aquellos lugares, la naturaleza proporcionaba por sí misma buenas facilidades defensivas. A la vez, dominaban el territorio, manteniéndose cerca de las tierras que cultivaban, y pudiendolas controlar visualmente desde el poblado.
El castro se rodeaba de murallas y de otros sistemas defensivos. Aunque no se descarta que los poblados tuvieran una verdadera necesidad de defensa, se apuntan otras razones para la construcción de protecciones arquitectónicas, ya que el alejamiento entre los castros parece hacer innecesaria una competencia por tierras de cultivo.
Las murallas convierten al castro en un elemento visible en el paisaje, en una marca en el territorio, símbolo de status y también, de distinción, y quizás protección frente al otro. Un signo.
Como en los trulli italianos, en los Castros gallegos y portugueses, las viviendas tenían forma circular. Se situaban juntas, separadas por calles estrechas, formando estructuras orgánicas. Eran células independientes, que se iban abriendo a espacios o patios comunes, a veces, cerrados por una pared con una sola entrada. Eran unidades familiares, que podían incluir hornos o almacenes. Las casas tenían una sola estancia. Construidas en adobe, en algunos casos, y en otros, en mampostería de piedra, probablemente, estaban acabadas en argamasa, y pintadas, al interior y al exterior. Se han documentado restos de pintura de colores blanco, rojo y azul. Algunos autores explican la forma circular como un traslado desde la arquitectura nómada, a una construcción estable. La casa circular también podría ser consecuencia del desconocimiento que tenían del aparejo en esquina. Con la invasión romana, algunos castros adoptaron la tipología rectangular.
Era una sociedad carente de Estado. Las comunidades estaban unidas por lazos de parentesco, se ayudaban mutuamente, y no podían contraer matrimonio. Estas comunidades se organizaban en unidades superiores, que tenían un líder político. Varias de las agrupaciones superiores formaban un populus, formando a través de esta asociación un territorio global donde una de las poblaciones se significaba no como capital, pero sí como lugar de encuentro. Algunos textos dicen que se trataba de sociedades matrilineal, pero patriarcal, en la que las mujeres poseían la tierra, y los hombres formaban parte de una aristocracia guerrera.
Family nucleus of Cividade de Terroso, in the book «Subtus Montis Terroso – Archaeological Patrimony not Concelho da Póvoa de Varzim Câmara Municipal da Póvoa de Varzim». Via Wikipedia Commons
La piedra era, sin duda un elemento fundamental en estas arquitecturas. Daba forma no sólo a los elementos más utilitarios, paredes, murallas, defensas militares, pero también incorporaba la decoración y la simbología mística.
En algunos castros encontramos piedras grafiadas. Es el caso de los dibujos de serpes, unos seres con forma de serpiente con alas. En la mitología gallega, se cuenta que vigilan los tesoros. Estos dibujos están presentes en los castros de Baldoeiro, en Portugal, Tegra, Penalba y Troña, en Pontevedra.
Petroglyph. Pedra da Serpe. Castro da Troña. Image by José Antonio Gil Mar, via Wikipedia Commons
¿Qué hay de la cultura castreña en la arquitectura de hoy día? Quizá, la conexión más obvia es la que se da con la palloza, una casa circular u ovalada con techado de paja. Tienen origen prerromano, pervivieron hasta mediados del siglo XX, cuando gran parte de la población emigró a las grandes ciudades españolas. Algunas continúan usándose en la actualidad, adaptadas para usos tan comunes hoy como el de un bar, o un museo etnográfico.
La casa circular fue una tipología propia de la Edad de Bronce también en las Islas Británicas, en construcciones muy similares a las que componían los castros. Otras variantes se dieron en otros lugares, como los trulli citados por Rudofsky, arquitecturas que han llegado hasta el presente, como parte importante del folklore italiano. En África podemos ver casas circulares en varios países subsaharianos, desde Mauritania a Suráfrica.
Los arquitectos modernos y postmodernos del siglo XX recuperaron esta forma también para sus proyectos. La idea de casa como cápsula, por ejemplo, afloró fuertemente en las utopías arquitectónicas y el diseño radical de los 70.
También durante la modernidad,se celebró la plasticidad del hormigón diseñando viviendas con paredes curvas. En España queda constancia con un ejemplo muy pintoresco, la Ciudad Sindical de Vacaciones Tiempo Libre, construida durante el franquismo, como conjunto vacacional subvencionado para familias de clase trabajadora en Marbella. El grupo de 199 viviendas fue proyectado por los arquitectos Manuel Aymerich y Ángel Cadarso a finales de los 50.
Las casas de Aymerich y Cadarso se plantean como unas unidades mínimas. Ceden al exterior la mitad de la superficie, manteniendo interiores unas funciones básicas del habitar, que quedan reducidas al dormir, asearse, y proveer de una mínima cocina al ocupante. La casa es una de vacaciones, también adaptada a un clima, esta vez benigno y soleado, y a un tiempo de ocio que se disfruta bien en la intimidad del patio, o bien en instalaciones colectivas de la Ciudad de Vacaciones, como también podría ocurrir en los castros, aunque esta vez, el espíritu responde al de la época y el lugar, una organización paternalista del ocio.
Castro de Baroña. Imagen de Luis Miguel Bugallo Sánchez via Wikipedia Commons.
Pero no sólo de las cuestiones formales y de organización espacial se puede obtener un aprendizaje de los Castros gallegos. Es quizá su integración con el entorno premoderno aquello que nos provee de una enseñanza más importante en el momento de crisis ecológica actual. La casa castreña favorecía una integración paisajística de lo humano en el paisaje. La actuación de AGi architects para la conservación y musealización de los castros de Pontevedra plantea, en atención al valor paisajístico y patrimonial de los distintos conjuntos, una continuidad ecológica con los entornos. Lee la herencia arquitectónica gallega, como una constelación de construcciones dispersas por el territorio, en comunidades pequeñas y rurales, que cuidan, mantienen y se integran con un sistema de especies autóctonas.
Sugería el escritor gallego Castelao, “a raza dos castros, anterior â provincia romana, cobreu a nosa terra, e, como decía Otero Pedraio, «n-un entrar da paisaxe no home e do home no paisaxe, creouse a vida eterna de Galiza».” *
Un modelo, el de los Castros gallegos, que quizás cada vez resulta más interesante en un mundo en el que las ciudades son cada vez más inasequibles, y el contacto con lo natural, más necesario.
* En castellano: “la raza de los castros, antes de la provincia romana, cubrió nuestra tierra y, como dijo Otero Pedraio, «en el entrar en el paisaje en el hombre y el hombre en el paisaje, se creó la vida eterna de Galicia».”
José Miguel león. arquitecto dice
Interesante y documentado artículo del que he utilizado la representación del Castro de Santa Tegra para ilustrar el comentario «del abrigo a la casa» en laciudadvisitada,blogspot .
Felicidades y muchas gracias por compartir vuestras reflexiones.
AGi architects dice
Muchas gracias por el comentario, ¡un saludo!
Alberto León dice
Fascinante Historia de los Castros Gallegos y Portugueses.